Cuaderno de Afuera: «Notas de antiperiodismo», por Francisco Álvez Francese

Hay, por supuesto, dificultades materiales (tiempo, organización, espacio), pero la principal limitación es espiritual: no escribo la novela, simplemente, porque el sujeto humano no tiene ningún interés para mí. 

Me rodeo, claro, de cosas humanas. Como el personaje del Criticón de Gracián “Viéndome sin amigos vivos, apelé a los muertos, di en leer” y pongo esos libros, esas caras, unos sobre otros, en el escritorio, en la cama, el suelo.  

Corto los textos, armo a partir de los restos: recibo las citas, que van siendo arrojadas de forma azarosa frente a mí y las dejo entenderse, organizarse por afinidades que se tejen en secreto. Con esas palabras de voces muertas (que los autores estén vivos es irrelevante) se crea algo, y, al final, sólo se trata de poner un orden, haciendo ojos ciegos al hecho de que eso se mueve solo cuando no estamos presentes.


Hago un gesto lento y minúsculo, como la uña de un perezoso en una corteza. Es una delicadeza que busco porque es lo que puedo hacer; no utilizo nada, no me sirvo de cosas. Busco, sobre todo, algo que parezca una escritura: un sistema que se arme solo, sin mi intervención, afuera o adentro, no importa, en el enclave entre lenguas. Algo que me lleve al teclado o a la página y se mueva, se desenvuelva y haga un dibujo que yo quiera mirar, que me alegre pensar como parte de mí, aunque resulte feo. No quiero explicar nada, no quiero dar definiciones: siempre preferí trabajar con lo negativo y en la diversión, en un sentido muy ligero del término.

Espero ir armando eso o más bien ir dejando que se arme frente a mí como un plano, un espacio en el que caminar. La prosa entendida como una construcción, como una galería de espejos.


Hacerle las preguntas al texto, que tiene todas las respuestas, es lo que me indicó una profesora cuando le dije que no podía escribir. La crítica es entonces, y ante todo, una escucha.


“No te precipites a comprender”, dice mi tutor que, palabras más, palabras menos, dijo Lacan como consejo al futuro psicoanalista. Y ese puede ser, pienso, un buen consejo para el crítico de arte en general y de literatura en particular. ¿Qué significa no comprender, sin embargo? Dejar que el otro (la obra) hable y escuchar en silencio, no imponerle al otro (a la obra) nuestra palabra, no apresurarse a interpretar, a dar sentido, no emplazar en ese otro (la obra) nuestra neurosis.

Al menos al principio.


En The Decay of Lying (1891), Oscar Wilde escribe “Los antiguos historiadores nos dieron preciosa ficción en forma de hechos; el novelista moderno nos presenta hechos anodinos como si fueran ficción”. En otra parte sigue: “Ahora todo ha cambiado. Los hechos no tienen más un lugar de nota al pie de la historia, sino que están usurpando el dominio de la Fantasía y han invadido el reino de la Fábula [Romance]. Su toque helado está en todo”. 

Karl Kraus también lo advirtió, acaso, cuando dijo “Los historiadores son a menudo periodistas que miran para atrás”.  


Va de suyo que el lenguaje dice cosas. El problema es que el lenguaje dice cosas a pesar del hablante, a pesar del que escribe, por debajo del que escribe. En ese por debajo habita la crítica, que vive de la posibilidad del lenguaje de decirse a sí mismo.  

Lo que lo separa al crítico del periodista es entonces que para el periodista el lenguaje es una mera herramienta, un medio para el fin que es transmitir un contenido


Toda la “crisis de la verdad” radica en haberle dado el poder que le dimos al discurso periodístico, al storytelling que se niega a dar cuenta de sí mismo en tanto ficción.

Hay en eso una cuestión de estilo. La escritura periodística cree ver a través de sí misma. Se piensa no como una forma sino como la expresión pura de la verdad y todos le creemos, le damos ese valor de discurso superior sobre “las cosas del mundo”. No preguntamos más.

Kraus, que llevó por muchos años y hasta su muerte la revista Die Fackel, vio ese problema temprano. Vio lo que provocaba en la gente la prensa, cómo creaba un ambiente en el que la guerra podía parecer una alternativa razonable. 


A eso, el periodismo lo hace manejando el lenguaje de lo referencial, antiliterario, que abusa del lugar común y de la frase hecha pero no lúcidamente, como, por ejemplo, hará Nicanor Parra en su poesía, que parte de la frase hecha para dinamitar el sentido común.

Al no llamar la atención sobre sí mismo, ese lenguaje se nos muestra neutro y natural, los dos fantasmas del sueño positivista del que la prensa masiva es hija. 


Hay una idea en el periodismo que es que la crítica debe “informar”: indicar si un texto “es bueno” o “es malo”, casi como si fuera forma del marketing. Escribir así, “haciendo un servicio”, lleva no obstante a pensar en términos de la preferencia del reseñista, simplemente, cuando lo que importa, en la crítica, es abrir el texto, indicar posibilidades de lectura, trazar un camino. Marcar las debilidades de la obra si es necesario, pero siempre con la honestidad de proponer algo nuevo, una escritura que intente valer por sí misma más allá de su pretexto.

Walter Benjamin lo decía en su tesis doctoral: “la crítica no es, en su intención central, juicio; sino, por un lado, consumación, complementación, sistematización de la obra; por otro lado, su resolución en el absoluto”. Así, la crítica se presenta como la finalización de la obra que viene “a desarrollar el germen crítico que le es inmanente a la obra misma”.


de ti sólo sabemos, oscuro amigo,
que oíste al ruiseñor, una tarde.

Vuelvo a esos versos de Borges, que son parte de “A un poeta menor de la antología”. Es un homenaje mínimo y conmovedor al trabajo para el olvido, el que todos estamos felizmente haciendo. 

Una obra sin ambición, que se contenta y se completa con su sola existencia: no busca el papel ni pretende la eternidad. Se escribe en un espacio acuoso, indiferente, blanco. Y vive ahí, mirándose a sí misma, ajena, pero perdura como vestigio de ese instante, una marca en el camino, como la talla en una de las casas más antiguas de Saint-Denis, en la que un niño de 13 años escribió, como para dar testimonio, “1870-1871, siège de Paris. Louis Lemaire, 21 janvier 1871”.


Acompaña este texto un detalle de Object (Roses des vents), de Joseph Cornell.

3 respuestas a “Cuaderno de Afuera: «Notas de antiperiodismo», por Francisco Álvez Francese”

  1. […] largo que expande una serie de notas antiperiodísticas en el que comento la publicación del número 15 de la Revista de la Biblioteca Nacional, dirigida […]

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  2. […] No sé si hoy la crítica sigue estos mismos principios, no sé si alguien le importan estos tipos, si alguien los lee (espero que los lean, sí, pero no como las vacas sagradas que encontré en el edificio de la ex Scuola Italiana en el ya lejano 2011), pero su impronta pervive: esta visión de la crítica como acto en el que, a la vez, se corrige, se sanciona, se lleva a la obra leída al redil de lo conocido, de lo literario, como si la rareza, como si la ruptura no fueran ya el nombre de la literatura. En estas tensiones se pierde, por eso, lo específico de cada libro, de cada escritura, que no se busca entonces entender, sino, simplemente, explicar. Aunque las cosas hayan cambiado desde entonces, y estos autores y otros formen parte ya del canon nacional (aunque la mayoría hayan tenido que ser reeditados y, por lo tanto, admirados, primero en Argentina o, incluso, en España), la mirada, me atrevo a decir, no se movió en lo sustancial: todavía se busca neuróticamente la deseada conexión de la literatura con la «realidad» (entendida esta, por supuesto, en su sentido más trivial), todavía se leen las obras cercanas a la fantasía o a la ciencia ficción en clave alegórica y cada vez más lo testimonial se apodera del mercado editorial, que se alimenta de meras historias como se alimenta de crisis y banalidades el periodismo. […]

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